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Le noté diferente cuando volvimos
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tras la muerte de mi madre. Myrtle Mae
y yo vinimos a vivir con él.
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Me di cuenta de que...
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- ¿De qué?
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Tómese tiempo. Deje que surja.
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Yo esperaré.
- Doctor,
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todo lo que le cuento
es confidencial, ¿no es cierto?
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No soy un cotilla,
soy un siquiatra. - Sí, claro.
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En primer lugar, bebe.
- ¿En exceso?
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¿En exceso? ¿No le parece un exceso
que no pase un día
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sin que vaya a alguna taberna barata
y traiga a casa alguna escoria?
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Si eso no es excesivo,
no sé lo que es el exceso.
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No pongo en duda lo que dice,
sólo quería saber si su hermano bebe.
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Sí, con seguridad. Elwood bebe.
Y quisiera que permaneciera internado
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porque no puedo soportar
a ese Harvey un día más.
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¿No cree que mi madre debería
habernos dicho algo? ¿Sinceramente?
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No puedo responder a esa pregunta.
- Pues yo sí. Debería haberlo hecho.
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Sí. Dígame, esa persona
a la que llama Harvey,
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¿quién es?
- Un conejo.
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Sí, quizá. Pero, ¿quién es?
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¿Alguien que recogió en un bar?
- Ya se lo he dicho: es un conejo.
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¡Un gran conejo blanco,
que mide 1,80 ó 1,90 m!
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Dios sabe... Yo debería saberlo,
lleva tiempo suficiente en casa.
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Si no me equivoco...
- ¿No lo entiende?
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El conejo se llama Harvey.
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Harvey vive con nosotros.
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Elwood compra entradas en el teatro
y billetes en el tranvía para los dos.
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No se interesa por otra cosa.
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Y yo estoy intentando que Myrtle Mae
conozca a algún joven atento...