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- ¿ Qué tal lo hice?
- Muy bien.
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Cogiste la jabalina
como si pesara mucho y la lanzaste.
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La lanzaste directamente al cielo.
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Ya no volvió a bajar.
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Entonces empezó a llover.
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Casi me vuelvo loca
porque no veía a la pequeña Sheba.
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Había mucha gente.
No sabía dónde mirar.
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Tú me estabas esperando
para llevarme a casa.
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Anduvimos y anduvimos
por el fango y la nieve derretida.
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La gente no dejaba de gritar alrededor.
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Y entonces... Y esto es lo más triste,
de repente vi a la pequeña Sheba.
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Estaba en el suelo
en medio de la pista, muerta.
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Me sentí fatal.
Nadie más le prestaba atención.
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Yo no paraba de llorar.
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Me sentí terriblemente mal.
Era una perrita monísima.
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Su blanco pelaje manchado de barro.
Nadie se paraba a atenderla.
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- ¿ Por qué no lo hiciste tú?
- No me dejabas.
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No parabas de decirme que no podíamos
quedarnos, que teníamos que irnos.
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- ¿ No te parece raro?
- Los sueños son extraños.
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No creo que vuelva nunca
la pequeña Sheba.
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- No voy a llamarla nunca más.
- No tiene mucho sentido, cariño.
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Creo que se ha ido para siempre.
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Te voy a hacer unos huevos.
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Me alegro de estar en casa.
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Subtítulos: Juan Francisco López Vera