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Si me odiáis,
satisfaced vuestro rencor
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mientras el vapor de la sangre humea
en vuestras manos.
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Nunca podría hallarme
tan dispuesto a morir.
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Ni podría pedir otro lugar mejor
que junto a César.
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Ni otros autores que vosotros,
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selectos espíritus de este tiempo.
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Antonio, no supliques la muerte.
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Aunque parezcamos
sangrientos y crueles,
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por la cruenta acción que nuestras
manos acaban de realizar,
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nuestros corazones
son compasivos.
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Y la compasión
por la desgracia general de Roma
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es lo que nos ha movido a hacer esto.
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Influirás en el reparto
de las nuevas dignidades.
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Cuando la muchedumbre aterrorizada
se apacigüe,
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te explicaremos por qué yo,
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que amaba a César,
he procedido así.
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No dudo de vuestro buen juicio.
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Que cada uno me dé
su ensangrentada mano.
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Primero, Marco Bruto,
estrecho la tuya.
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Y ahora la tuya, Casio.
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También la tuya, Decio.
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La de Metelo.
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La tuya, Cinna.
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Y la tuya, valiente Casca.
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Y por último,
la tuya, buen Trebonio.
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Caballeros, todos.
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¿Qué puedo decir?
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Mi crédito está ahora
en terreno tan resbaladizo
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que podéis considerarme
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o un cobarde, o un adulador.
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Te quise César, es cierto.
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Si tu alma nos contempla ahora,
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¿no te afligirá más que tu propia
muerte ver a Antonio hacer las paces
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y estrechar las manos ensangrentadas
de tus enemigos ante tu cadáver?
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Si tuviera tantos ojos
como heridas tu cuerpo