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¡Aunque estoy aquí
para decir lo que sé!
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Todos le amasteis alguna vez,
y no sin causa.
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¿Qué razón, entonces,
os impide llorarle?
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¡Ah, juicio!
Te cobijas en los irracionales,
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pues los hombres
han perdido la razón.
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¡Perdonad!
Mi corazón está ahí, junto a César,
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y he de detenerme
hasta que torne a mí.
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Tiene mucha razón en lo que dice.
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Pienso que se ha cometido
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una gran injusticia con César.
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¿Ha sido así?
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Temo que venga
otro peor en su lugar.
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¿Habéis oído lo que ha dicho?
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No aceptó la corona,
luego no era ambicioso.
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Si esto se demuestra,
a alguien le pesará.
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No hay en Roma nadie
más noble que Antonio.
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Escuchémosle.
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Se dispone a hablar.
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Tiene enrojecidos
los ojos por las lágrimas.
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Ayer la palabra de César
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hubiera prevalecido
frente al universo.
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Hoy yace en tierra
y no hay nadie que le reverencie.
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¡Señores!
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Si quisiera incitar
al motín y la cólera
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a vuestras mentes y corazones,
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sería injusto con Bruto y con Casio.
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Como sabéis,
son hombres honrados.
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No quiero ser injusto con ellos.
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¡Prefiero ser injusto con el muerto,
conmigo y con vosotros,
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antes que con esos hombres honrados!
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Pero he aquí un pergamino
con el sello de César.
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Lo hallé en su casa,
es su testamento.
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Cuando el pueblo
conozca su testamento,
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que, perdonadme, no me propongo leer,