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¡Venid, Antonio!
¡Venid, Octavio!
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Saciad vuestra venganza
únicamente en Casio.
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Pues está cansado
del mundo y de la vida.
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Aborrecido por aquel al que quiere,
reprendido cual siervo,
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con sus faltas observadas,
apuntadas y memorizadas
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para arrojárselas al rostro.
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Mi alma podría escaparse
con mi llanto.
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¡Aquí está mi daga,
y mi pecho!
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Si eres un romano digno, cógela.
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Si te negué el oro,
te entregaré mi corazón.
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Hiere, como hiciste con César.
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Pues sé que cuando más le odiabas
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le querías más de lo que nunca
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has querido a Casio.
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Envaina tu daga.
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Encolerízate,
si así te desahogas.
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Deshónrate si lo deseas.
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¿Casio vivo
para servir de burla a Bruto
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cuando la destemplanza le enoja?
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Yo también estaba alterado.
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¿Así lo reconoces?
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- Dame tu mano.
- Y mi corazón, también.
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¿No me tienes afecto
para soportarme
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cuando este genio que me dio
mi madre me hace olvidadizo?
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Sí, Casio.
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Desde ahora, cuando seas
demasiado severo con Bruto,
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pensaré que es tu madre
quien me regaña, y así lo entenderé.
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Lucilio, que preparen
alojamiento a sus compañías.
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Y vuelve inmediatamente
trayendo a Mesala.
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Lucio.
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Trae vino.
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No te creí tan dado al furor.
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Casio,
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me afligen grandes amarguras.
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Mal aplicas tu filosofía
cediendo a males pasajeros.
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Nadie soporta mejor la tristeza.