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¿No debería considerar
semejante comportamiento una afrenta?
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Tú eres el emperador.
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No está en mi poder afrentarte.
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Bien, bien.
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Dime, ¿qué noticias tienen
los Galio de su querido hijo Marcelo?
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- Ninguna, césar.
- ¿Y tú?
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Debe de haberte escrito.
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No desde hace un año.
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Su última carta llegó desde un pueblo
de Palestina llamado Caná.
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¿Nada desde entonces?
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¿Nada desde Antioquía,
Éfeso o Corinto?
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No me mientes, ¿verdad?
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Pobre Diana.
Te ha engañado, como al resto.
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- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que está aquí, en Roma,
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y lleva aquí algún tiempo.
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- Es imposible.
- Me engañó a mí también.
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Creía que no era más
que un gandul y un necio.
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Ahora es uno de los hombres
más peligrosos del imperio,
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un traidor y un conspirador
contra el estado.
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- No, Marcelo no.
- Por eso no ha acudido a ti,
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ni a su familia, ni a sus amigos.
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¿Has oído hablar de una nueva secta, unos
fanáticos que se hacen llamar cristianos?
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- Él es uno de ellos, uno de los cabecillas.
- No es cierto.
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¿No? Entonces ven.
Te lo mostraré.
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Verás por ti misma qué tipo de hombre
has preferido a tu emperador.
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¿Dónde está?
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El esclavo personal de Marcelo,
¿lo recuerdas?
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El día que pujó contra mí.
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Pero ya no es un esclavo.
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Es su cómplice en la traición.
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- ¿Ha hablado?
- No, césar.
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- Pregúntaselo otra vez.
- ¿Dónde está el tribuno Galio?