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- No.
- Entonces, ¿por qué lo dijiste?
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Porque éste es mi mundo.
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Éste es mi pueblo y aquí pertenezco.
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Si fuera a Inglaterra, ¿quién sería?
¿Qué sería?
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- David Boyeur.
- No.
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Sería un exiliado con bombín...
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bebiendo té
y llevando una sombrilla cerrada...
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que hablaría con los demás exiliados
de lo que podríamos hacer...
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si estuviéramos en la patria.
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Pero aquí estoy. No tengo que irme.
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E incluso aquí, yo te estorbaría, ¿no?
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Sí, me estorbarías.
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- Además, nunca lo entenderían.
- ¿Quiénes?
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Los míos.
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Sentirían que los traicioné.
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No tengo más remedio.
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Eres como una piedra.
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Sí. Aquí estoy enterrado muy profundo.
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Mi pueblo tiene su libertad.
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Tienen voto. Ahora tienen poder.
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Y tengo que enseñarlos a usarlo.
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Cuando acabe aquí, en Santa Marta...
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iré a San Cristóbal,
a Barbados y a Granada.
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A todo el archipiélago.
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¿Te digo por qué no irás a Inglaterra?
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Tú no quieres ese poder para tu pueblo.
Lo quieres para ti.
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Temes ir allá porque ya no lo tendrías.
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- ¿Lo dices en serio?
- Quería admirarte...
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sentir que eras superior
a todos los hombres.
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A ti no te interesa la gente.
No te interesa nada más que el poder.
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Usas a la gente.
Te les montas en la espalda.
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No puedes decirlo en serio.
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No.
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Tienes razón y yo me equivoco.
Me equivoco y tú tienes razón.
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- Y ése es el fin, ¿verdad?
- Sí. Ése es el fin.