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Cielos, Eliza...
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las calles se llenarán
de cadáveres de hombres...
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que se matarán por usted
antes de que haya acabado mi trabajo.
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Me voy.
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Está como un cencerro.
No quiero que me enseñe un chiflado.
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¿Loco? Está bien, Sra. Pearce,
no encargue ropa nueva.
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-Échela a la calle.
-¡Alto! No lo permitiré.
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Váyase con sus padres, joven.
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No tengo padres.
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No tiene padres. ¿Dónde está el problema?
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Nadie la quiere. Es inútil para todos
menos para mí. ¡Llévela arriba!
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¿Qué va a ser de ella? ¿Le va a pagar algo?
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Sea sensato, señor.
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¿Dinero? ¿Para qué? Tendrá comida y ropa.
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Con dinero se pondría a beber.
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¡Qué bruto! ¡Eso es mentira!
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No he bebido en mi vida.
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Señor, usted es un caballero.
¡No deje que me hable así!
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Higgins, ¿ha pensado
que la chica tiene sentimientos?
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No, no lo creo.
No hay por qué preocuparse.
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¿Los tienes, Eliza?
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Tengo sentimientos, como todo el mundo.
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Sr. Higgins, debo saber en qué condiciones
se quedará la muchacha.
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¿Qué será de ella
cuando termine de enseñarle?
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Debe pensar un poco en eso, señor.
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¿Qué será de ella si la dejamos
en los suburbios, Sra. Pearce?
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Eso es cosa de ella, no suya, Sr. Higgins.
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Cuando acabe, se marchará.
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Y volverá a ser cosa suya.
Así está bien, ¿no?
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¡No tiene corazón!
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No le importa nada que no sea usted.
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Ya está bien. ¡Me voy!
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¡Debería darle vergüenza!
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Tómese unos bombones, Eliza.
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¿Cómo sé qué llevan dentro?
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Hay mujeres que han sido drogadas
por tipos como usted.
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La garantía de la buena fe.
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Yo me tomo medio.
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Y usted el otro medio.
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Tendrá cajas, toneladas, todos los días.
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Podrá alimentarse a base de bombones.
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No quería, pero como soy muy educada
no me lo he sacado de la boca.
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Piénselo, Eliza. Bombones, taxis,