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¡Esas zapatillas! Creía que ya daba igual.
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¿Por qué se ha puesto así de repente?
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¿Tiene alguna queja
de cómo la hemos tratado?
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No.
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¿Se han portado mal con usted?
¿El coronel, la Sra. Pearce?
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No.
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¿No dirá que yo la he tratado mal?
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No.
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Me alegro de oírlo.
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Puede que esté cansada
tras la presión del día.
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¿Quiere un bombón?
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No, gracias.
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Bueno, es normal que esté ansiosa,
pero ya se ha acabado.
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Ya no hay por qué preocuparse.
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No, nada más para usted.
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Oh, Dios, ojalá estuviera muerta.
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¿Por qué? Cielos, ¿por qué?
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Escúcheme, Eliza.
Esta irritación es puramente subjetiva.
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No lo comprendo. Soy muy ignorante.
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No es más que imaginación. No pasa nada.
Nadie le está haciendo daño.
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Durmiendo se pasa.
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Llore un poco y rece sus oraciones.
Se sentirá muy aliviada.
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Ya he oído sus oraciones.
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Gracias a Dios se acabó.
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¿No piensa lo mismo?
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Ya es libre y puede hacer lo que quiera.
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¿Para qué sirvo?
¿Para qué me ha preparado?
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¿Adónde voy a ir? ¿Qué voy a hacer?
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¿Qué va a ser de mí?
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¿Eso es lo que le preocupa?
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Yo no me preocuparía.
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Seguro que no tendrá dificultades
para encontrar un sitio u otro.
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No había reparado en que se marcharía.
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Podría casarse.
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Eliza, todos los hombres no son solteros
empedernidos como el coronel y yo.
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La mayoría de los hombres se casan,
pobres diablos.
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Usted no está mal.
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A veces es un placer mirarla.
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Ahora no, está llorando.
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Está horrorosa, pero...
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cuando está bien hasta podría decirse
que es atractiva.