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Henry, no rechines los dientes.
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Ha llegado el obispo.
¿Lo acompaño al jardín?
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¿El obispo y el profesor? ¡No, por Dios!
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Me excomulgarían.
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Lo veré en la biblioteca.
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Eliza, si mi hijo empieza a romper cosas...
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tienes mi permiso para echarlo a la calle.
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Henry, te sugiero que te ciñas a dos temas:
el tiempo y tu salud.
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Ya te has desquitado un poco,
como tú dices.
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¿Has tenido bastante y serás
razonable o quieres seguir?
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Quiere que vuelva, recoja sus zapatillas,
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me enfrente a su mal humor y le obedezca.
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No he dicho que quiero que vuelvas.
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¿Y de qué estamos hablando?
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Bueno, de ti, no de mí.
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Si vuelves, se te tratará como siempre.
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No puedo cambiar mi naturaleza
ni mis modales.
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Mis modales son como
los del coronel Pickering.
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Eso no es cierto. Él trata a una florista
como si fuera una duquesa.
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Yo trato a una duquesa
como a una florista.
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Ya. Igual que a todo el mundo.
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El gran secreto no está en los buenos...
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o en los malos modales
ni en una manera especial,
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sino en tratar a todo el mundo
de la misma manera.
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La cuestión no es
si te trato de un modo brusco,
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sino si me has oído tratar a alguien mejor.
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No me importa cómo me trate.
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No me importa que me insulte.
Ni que me ponga un ojo morado.
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No sería el primero.
¡Pero no tolero que me pisoteen!
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Aparta de mi camino, por ti no paro.
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Hablas de mí como si fuera un autobús.
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Es un autobús. De acá para allá
sin tener consideración a nadie.
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Pero puedo seguir sin usted.
¡No crea que no!