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Que Dios los bendiga.
No puedo defraudarlos.
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Después de todo,
es conmigo con quien sueñan.
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Yo les pertenezco.
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Oigan, amigos. ¡Amigos!
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Miren quién está aquí.
¡Soy yo, su Pinky!
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¡Miren! ¡Es Pinky!
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Sí, Srta. Benson. Lo sé, lo sé.
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Pero llegó el momento del testamento
y tenemos que afrontar la realidad...
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en cuanto al fallecimiento,
quiero decir.
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Se lo diré sin rodeos.
Ud. Se queda con todo el dinero. ¡Todo!
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Pero con una condición.
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"Y ordeno que se construya
el Museo en Memoria de Pinky Benson...
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dedicado a mis admiradores...
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y en él se conservarán
mis zapatos de baile bañados en bronce...
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y una reproducción gigante en oro
de mi laringe.
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Una luz rosa brillará eternamente
ante mi estatua...
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y en el auditorio de 15 mil asientos,
mostrarán fotos de mí las 24 horas del día.
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Todo lo demás, se lo lego
a mi esposa Louisa May Benson".
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Pinky tenía razón.
Sí les pertenecía a sus admiradores...
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para siempre.
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Era un hombre tan cariñoso
cuando lo conocí.