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Sí, Srta. Benson. Lo sé, lo sé.
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Pero llegó el momento del testamento
y tenemos que afrontar la realidad...
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en cuanto al fallecimiento,
quiero decir.
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Se lo diré sin rodeos.
Ud. Se queda con todo el dinero. ¡Todo!
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Pero con una condición.
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"Y ordeno que se construya
el Museo en Memoria de Pinky Benson...
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dedicado a mis admiradores...
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y en él se conservarán
mis zapatos de baile bañados en bronce...
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y una reproducción gigante en oro
de mi laringe.
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Una luz rosa brillará eternamente
ante mi estatua...
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y en el auditorio de 15 mil asientos,
mostrarán fotos de mí las 24 horas del día.
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Todo lo demás, se lo lego
a mi esposa Louisa May Benson".
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Pinky tenía razón.
Sí les pertenecía a sus admiradores...
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para siempre.
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Era un hombre tan cariñoso
cuando lo conocí.
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- Y luego vino...
- Bueno, eso es todo.
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¿Por qué? ¿No basta con eso?
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Heredé otros $30 millones
y volé directamente a Washington...
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y aquí estamos.
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Voy a donar todo ese dinero.
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El gobierno no me lo impedirá
y Ud. Tampoco.
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Por favor, conteste mi pregunta.
¿Soy una bruja, sí o no?
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No ha dicho nada
durante los últimos dos esposos.
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- Ni siquiera me está escuchando.
- ¿Quién? ¿Qué?
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Es un analista. ¡Analice!
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Ah, eso, sí. Déjeme ver.
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Se casó con cuatro hombres por amor.
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Todos estaban condenados
a tener éxito y a morir.
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Eran Hopper, Flint,
Anderson y Benson.
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Y un hombre... a uno lo odiaba.
Ése era Leonard Crawley.
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Bueno, ésa es una emoción
muy fuerte, el odio.