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- ¡Alice, te lo ordeno!
- Está bien.
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Esto es espléndido.
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- Sé quién lo ha preparado.
- Yo lo preparé.
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Sí.
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Sigues teniendo buena mano
para los flanes, Alice.
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¿Sí?
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Llevas un bonito vestido.
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El color es precioso.
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¡Dios mío, en qué poco me consideras!
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Sé que soy tonta,
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pero no lo suficiente como para
lamentarme por mis vestidos...
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o agradecer cumplidos sobre el flan.
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Merezco la reprimenda.
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- Alice...
- ¡No!
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Siento un miedo horroroso al pensar
en el mal que pueden hacerme.
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Pero peor sería morir
sin que tú comprendieras el motivo.
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No entiendo.
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Si pudieras decirme que lo comprendes,
moriría más tranquilo, si he de hacerlo.
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- Tu muerte es incomprensible para mí.
- Tienes que decirme que lo entiendes.
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¡No!
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¡No creo que esto tenga que pasar!
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Si dices eso no sé cómo voy a afrontarlo.
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¡Es la verdad!
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- Eres una mujer honesta.
- De bastante me sirve.
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Te diré lo que me asusta,
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que cuando te pierda, te odie por morir.
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No debes, Alice.
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No debes.
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Entiendo que eres el mejor hombre
que he visto en mi vida y que jamás veré.
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Y si mueres, Dios sabrá por qué,
aunque a Dios pongo por testigo...
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que no ha bajado a decírmelo.
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¡Y si alguien quiere saber lo que opino
del rey y su consejo,
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sólo tiene que preguntármelo!