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Dickie lo recordaba muy bien.
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Creo que estuve en Taiwan
cuatro o cinco meses,
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y me parece que trabajé tres
o cuatro semanas de ese tiempo.
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Nos volvíamos locos, así que
salíamos de excursión por Taiwan.
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Íbamos a la Garganta de Taroko,
que es como el Gran Cañón pero verde.
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Íbamos a las playas, que son preciosas,
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pero nadie nos dijo que eran
instalaciones militares camufladas.
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Fuimos a una playa
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y de repente nos rodearon
soldados chinos con fusiles.
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Entonces vimos que había búnkers
en la playa hasta donde alcanzaba la vista,
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porque siempre estaban esperando
un ataque de la China continental.
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Era todo muy clandestino y furtivo
por entonces, y parecía una estupidez.
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Parecía una antigua comedia muda de guerra,
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matando gente con panfletos
y atacando por mar con hombres rana.
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Era difícil tomárselo en serio.
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Pero estábamos en nuestra
jaula dorada del Grand Hotel.
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Dickie Attenborough empezó
su colección de arte asiático,
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y adquirió piezas increíblemente bellas.
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Una mujer tallada en coral,
una pieza preciosa.
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Pero no había vídeo por entonces.
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No había CNN. No teníamos teléfono.
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Dejé el árbol de Navidad
hasta febrero, de pura desesperación.
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Allí no había nada que hacer,
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y no consideraba que dar palizas
a los botones fuera una opción.
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Siempre estaba de guardia en mi habitación,
no podía salir del hotel.