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Ahora Ias otras.
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Cojea desde que escapó de Ios ingIeses
en 1947, ¿verdad, Roschmann?
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Cuando saItó deI tren.
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ReaImente, no sé de qué
está usted habIando.
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Soy Hans Josef KiefeI, ¿de qué hombre me...?
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¡Riga, estoy habIando de Riga,
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donde usted fue responsabIe
de Ia muerte...
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de 80.000 hombres, mujeres y niños,
Herr Comandante!
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¿Le importa si fumo?
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Por favor, no cometa eI error
de no tomarme en serio, Roschmann.
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Le estoy tomando en serio.
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Nunca nos deshicimos de 80.000 en Riga.
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Ni siquiera 70.000.
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70.000, 60.000. ¿Acaso importa
a cuántos asesinó?
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Apártese de ahí.
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Ésa es Ia cuestión.
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No importa. Ni ahora. Ni entonces.
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Mire, joven, no sé por qué me persigue,
pero puedo adivinarIo.
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AIguien Ie ha IIenado Ia cabeza...
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con estupideces sobre Ios IIamados
crímenes de guerra y cosas por eI estiIo.
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Son todo estupideces, ideas sin sentido.
¿Qué edad tiene?
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¿Ha hecho su servicio miIitar?
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Seguramente.
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¿Sabe cómo es eI ejército?
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Un soIdado recibe órdenes.
Y obedece esas órdenes.
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No se pregunta si son
correctas o equivocadas.
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Lo sabe tan bien como yo.
Todo Io que hice fue obedecer órdenes.
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No se compare a sí mismo con un soIdado.
Usted fue un verdugo.
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Para decirIo cIaro,
¡un asesino en masa, un carnicero!
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-¡No me IIame carnicero!
-No se compare con un soIdado.
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¡Cómo se atreve a IIamarme carnicero!