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Averigüé que Mickey Mantle vivía
en Dallas.
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Lo llamé, le dije quién era,
que lo había mencionado en un filme,
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y que me encantaría que viera
la película y nos diera su permiso.
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Él fue muy cauteloso.
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"¿Qué dice?", preguntó, y le dije:
"Tienes que verlo en contexto, Mickey".
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"Si la ves, lo entenderás.
Si sólo te lo digo, es"...
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Al final, tras una larga llamada, accedió
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y fui a verle a Dallas.
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Montamos una sala de proyección
con un bar,
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para que Mickey se tomase
unas copas y se ablandara un poco.
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Cuando llegamos, estaba con un abogado que
parecía Melvin Belli con un traje de seda,
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y pensé: "Esto va a ser un desastre".
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Pusimos la película
y era evidente que estaban disfrutando.
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A Mickey le gustaba
y a su abogado también.
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Llegamos a la séptima bobina.
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Siempre recordaré
que era la séptima bobina.
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Pensé: "Es un bateador ambidiestro.
Me va a golpear con las dos manos".
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Llegamos a la séptima bobina y Gene
grita: "¡A la mierda Mickey Mantle!".
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Se echó a reír.
No podíamos creer que se riera tanto.
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Insistió en que no la parásemos
porque quería verla hasta el final.
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Dijo: "¿A la mierda Mickey Mantle?
No es ningún problema. Firmaré".
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"Quizá Hank Bauer
tenga un problema con eso".
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"¿Por qué, Mickey?", le pregunté.
Dijo: "Él me enseñó a ser una mierda".
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Se ofreció a llevarme al aeropuerto
y paramos a tomar algo por el camino.
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Luego volvimos a parar.
Perdí el avión, el de las nueve,
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el de las once, el de la una,
y a las 5.30 de la mañana siguiente,