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Chicago, vaya. Debe de ser salvaje,
como La Ciudad Desnuda.
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Pescado.
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Te digo, vas a saltar
por las paredes aquí.
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¿Qué hacías ahí?
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Ah, no sé. Lo mismo que hacen aquí.
¿Qué hacen aquí?
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- Mucho de esto.
- Sí, eso también.
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Te digo, estaba este lugar
llamado "Paraíso Azul".
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Genial. Tenía que engañar la edad
para entrar, pero era increíble.
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Era como un enorme
circo subterráneo.
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Luces de neón rosadas subiendo
por las paredes. Y música excelente.
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Y millones de chicas,
la mayoría de la universidad.
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Si lograbas que una aceptara
bailar, no necesitabas más.
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Salíamos a la pista
y empezábamos a bailar.
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Nos metíamos
y todas las chicas paraban.
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- Y miraban.
- ¿Miraban, cómo?
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Empezaban a entrar en calor.
¿Entiendes?
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Al rato, empezaban
a comprarnos cervezas.
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- ¿Les compraban cervezas a Uds.?
- Ah, sí.
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Ah, caray.
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Espera. Había una.
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Ésta fue la mejor.
Ginger.
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Escucha.
Empezamos a bailar, ¿sí?
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Música lenta, como si estuviéramos
pegados el uno al otro.
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Eventualmente, es obvio que
ella quiere algo más que bailar.
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¿Entiendes?
Así que nos fuimos del lugar.
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En el camino al auto,
ya tiene la lengua en mi oreja.
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Llegamos al auto.
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Dice que no podemos ir a su casa
por su compañera de cuarto, ¿sí?
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Pero dice:
"Eso no es problema".
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Tiene asientos en el auto
que se reclinan. Totalmente.
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- Si entiendes lo que digo.
- ¿Totalmente?
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¿Acaso te mentiría?
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Me abre la camisa de un tirón.
Me araña el pecho.
:16:45
Me muerde el cuello y yo trato
de pasar por encima de la palanca...
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porque ya avanzamos
como un tren de carga.
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De repente, empieza a gritar
desaforadamente:
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"¡Ah, Dios mío! ¡No pares!
¡Haz que Ginger se venga!"
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- Mierda, ¿en serio?
- No.