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Un tercero que medió ha huido.
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Príncipes, os agradezco
la muerte de mi hija.
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Inscribid la hazaña
entre vuestros valerosos hechos.
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Ha sido de gran valor
a poco que lo meditéis.
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No sé cómo implorar vuestra indulgencia.
Es preciso que hable.
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Elegid vos la venganza.
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lmponedme el castigo
que vuestra imaginación decida,
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pero no pequé sino por equivocación.
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Ni yo tampoco, por mi alma.
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No puedo hacer que devolváis
la vida a mi hija. Es imposible.
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Pero os ruego a los dos que declaréis
a Mesina que murió inocente.
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Y si vuestro amor por ella
os inspirara algún poema fúnebre,
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colgadlo como epitafio sobre su tumba
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y recitadlo a sus restos.
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Recitadlo esta noche.
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Mañana por la mañana venid a mi casa
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y, puesto que no fuisteis mi yerno,
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seréis mi sobrino.
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Mi hermano tiene una hija.
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Casi exacta a mi difunta hija.
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Es la única heredera de los dos.
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Dadle el título
que le hubierais dado a su prima
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y así fenecerá mi venganza.
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Oh, noble señor.
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Vuestra bondad me arranca lágrimas.
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Acepto vuestra oferta...
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...y disponed de ahora en adelante
del pobre Claudio.
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Mañana, pues, cuento con vuestra llegada.
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Me despido por esta noche.