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Nos intrigaban los poderes de los curas.
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El mundo de engaños y traiciones...
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...donde la gente admitía
abiertamente sus fechorías.
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La confesión era más interesante
que libros...
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...o películas, pues los pecados
eran reales...
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...y cometidos por gente conocida.
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La tentación de ser parte
de eso era irresistible.
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¿Y si vienen nuestras madres...
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...y oímos sus confesiones?
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¿Qué tal si oímos algo peor?
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¿Como qué?
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Como un asesinato.
¿Qué tal si alguien lo confiesa?
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Tranquilo. Sólo tienes que
sentarte, escuchar y no reírte.
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Segundos después,
el confesionario cobró vida.
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Me acuesto con hombres casados.
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Padres de familia.
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Por la mañana me digo que esa fue
la última vez, pero nunca lo es.
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¿Sí...?
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Verá, estoy...
Estoy embarazada.
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¿El papá...?
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¿Quién sabe?
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¿Qué vas a hacer?
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Yo sé lo que Ud. quiere que haga.
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Y yo sé lo que debería hacer.
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Pero no sé qué voy a hacer.
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Me tengo que ir.
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Gracias por escuchar, muchachos.
Se lo agradezco mucho.
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Sé que no se lo dirán a nadie.
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Ella sabía.
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Sí, sí sabía.
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¿Por qué nos dijo todo eso?
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No sé. Yo creo que tenía
que decírselo a alguien.
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El Padre Robert Carrillo
era hijo de un cargador.
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Se sentía tan cómodo en una taberna...
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...como parado en un altar.