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Por mi hogar.
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- Le admiro, coronel. De verdad.
- Gracias, señor.
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La mayoría de los hombres de su edad
ya se habrían retirado.
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No importa.
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Necesitamos oficiales maduros
y con carácter como usted.
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Contamos con buenos sargentos
y buenos tenientes coroneles,
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pero una vez conseguidas las águilas,
se impacientan por conseguir la estrella.
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Se convierten en políticos.
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Dicen amén para llevarse bien con todos.
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Es tan jodido mantener el orgullo.
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- Usted lo ha dicho, señor.
- Bajo la mirada del almirante, sin duda.
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- Siempre hay alguien observando.
- Sí.
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Como un halcón.
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Siempre hay alguien dispuesto
a saltar si tú no lo estás.
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- ¿Tiene algún hijo, coronel?
- Sí, señor.
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No queremos que en 30 años nuestros hijos
o nietos estén combatiendo aquí, ¿verdad?
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- Desde luego que no, señor.
- Entonces, aplástelos sin piedad.
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Sáquelos de las montañas
y proteja ese campo de aviación.
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Sí, señor.
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¿Por qué... construyeron los japoneses
un campo de aviación precisamente ahí?
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No conocemos su plan general,
si es que lo tienen.
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- ¿Usted qué opina?
- Señor, yo nunca me hago esas preguntas.
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Usted es un hombre modesto.
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Nadie quiere esa isla... más que usted.
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¿Hasta qué punto la quiere?
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Hasta donde sea necesario, señor.
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Todo lo que sacrificaron por mí
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se derramó como el agua en la tierra
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Cuánto hubiera dado por amor.