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Buenos días, señora.
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Asumo queha venido apedirme...
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que tenga clemencia con su marido.
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¿De veras?
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Espero de todo corazón, doctor...
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que permanezca encerrado para siempre
y que cuando por fin...
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fallezca en las entrañas frías y húmedas
de su institución...
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lo dejen como carroña
para los roedores y los gusanos.
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Me doy por corregido, señora.
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Si no puede curarlo...
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curarlo de verdad...
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le suplico que al menos...
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dome a la furiosa bestia
que controla su alma.
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Eso no es algo fácil, señora.
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Sabrá, supongo...
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que cuesta mucho dinero tener
a su marido internado en Charenton.
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Pago su estipendio todos los meses,
con más diligencia de lo que debería.
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Eso apenas cubre los gastos
de su habitación...
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apenas queda nada
para los tratamientos apropiados.
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Opiatos para sofocar su furia.
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Arneses para castigarlo
cuando se porta mal.
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Quizá si pudiera reforzar sus súplicas
con los medios para satisfacerlas--
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No soy una mujer rica.
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Recibe una pensión, ¿no es así?
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- ¿De la venta de sus libros?
- Es dinero empañado, doctor.
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- Qué idea más maravillosa, Marquesa.
- ¿Cuál?
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Que el dinero mal habido,
procedente de su degeneración...
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podría ahora lograr su salvación.
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Está más allá de la perversión...
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que el honor tenga precio.
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Imagínese.
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Viejos amigos dignándose
a besar su mano de nuevo.
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Vaya, Marquesa...
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qué placer verla de nuevo.