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Los dioses por fin
le han traído hasta nosotros.
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Si yo muero,
sólo soy un macedonio más.
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Pero los persas no pueden ni moverse
sin las órdenes de Darío.
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Aquí mismo le cortaremos
el cuello al ejército persa.
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Es una locura. No lograrás acercarte
a más de cien pasos de él.
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¿Has visto el tamaño
de su fuerza, Alejandro?
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No si tú los contienes
por la izquierda,
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mi valiente Parmenión,
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con tu hijo Filotas, durante
sólo una o dos horas mañana,
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y tú, invencible Antígono,
en el centro de la falange.
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Perdicas.
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Leónato.
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Nearco.
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Polyperchón.
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Si los atrapáis con vuestros muros
de sarisas aquí en el centro,
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su caballería me seguirá
hacia la derecha.
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Y cuando el intrépido Casandro
rompa sus líneas,
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estirándolas hacia su izquierda,
se abrirá un hueco.
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Entonces yo con mi caballería,
nuestro reverenciado Clito,
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Ptolomeo
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y Hefestión,
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atacaremos por ese hueco
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y propinaremos el golpe mortal
a la cabeza de Darío.
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Teniendo suerte,
el momento propicio y los dioses,
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debemos dispersarlos mañana.
Destruir su ejército por completo.
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O seremos diezmados por bandidos
en el camino de regreso al hogar.
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Es cierto.
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Hablas del hogar...
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y de retirada.
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Pero entiende, Parmenión,
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que Babilonia
es mi nuevo hogar.
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Alejandro,
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si vamos a luchar,
que sea con sigilo.
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Usa bien tus tropas.
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Deberíamos atacarles esta noche
cuando menos nos esperan.
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No he cruzado Asia
para robar esta victoria, Casandro.
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No. Eres demasiado
honorable para eso.
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Sin duda influenciado
por dormir
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con las "Leyendas de Troya"
bajo tu almohada.
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Pero tu padre no era
admirador de Homero.