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La niña, perdida,
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busca de vez en cuando
la mano del niño.
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Al llegar junto al río
se paran bruscamente,
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como si alguien,
desde la otra orilla,
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gritara:
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¡Eh! ¿Quiénes sois?
¿De dónde venís?
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Somos griegos.
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Prófugos de la ciudad
de Odessa.
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Nos desembarcaron
en Salónica.
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Pasamos un mes de cuarentena
en el puerto.
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Después las autoridades
nos separaron.
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A nosotros nos dijeron:
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''Id hacia el Este.
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Encontraréis una columna
y un río.
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De la columna al río
la tierra es vuestra''.
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La revolución bolchevique
se extendía.
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El Ejército Rojo avanzaba.
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Los extranjeros huían.
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El barrio griego se quedó vacío,
somos los últimos.
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El cónsul gritaba:
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''¿Os dais cuenta
de que estáis en peligro?''.
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Y el hombre
empieza a contar,
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como si reviviera la huida
de los griegos de Odessa,
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cuando,
el día de San Esteban,
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el Ejército Rojo
entró en la ciudad.
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Huyendo
en el último barco,
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se oían aún
voces desesperadas,
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nombres gritados al viento,
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disparos...
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Después el hombre dijo:
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''Se elevó una nube de humo
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y nuestra amada ciudad
desapareció''.
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La niña buscaba
la mano del niño.