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Grunstadt. No habrá oído hablar
de mí. Pero su trabajo...
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Lo leo en la Revista de Derecho.
Le admiro mucho. ¿Quién no?
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Es profundo. Sí, austero.
Totalmente austero.
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Siéntese.
No está hecho de cristal.
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Sí, cómo le envidio, señor.
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La soledad de una biblioteca
sin nadie que lo distraiga.
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¡Se ha salido fuera!
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Pero yo trabajo en una brecha.
¿Ha oído hablar del caso Dilg?
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- Sí, sí.
- Eso sí que es mala suerte.
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La primera vez en diez años
que un caso atrae atención de fuera.
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¡Corre, idiota, corre!
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Y justo en pleno proceso,
el muy canalla sale volando.
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- Estaba preparando el veredicto.
- ¿Antes de que empezara el juicio?
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- Aún no habían aportado pruebas, ¿no?
- Pero era más culpable que Judas.
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- ¿Por qué lo sabe?
- No puede estar más claro.
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Siempre descontento.
Causando problemas desde pequeño.
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¡Lánzala, lánzala, burro!
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¿Considera ético juzgar a un
hombre sin todas las pruebas?
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Querido amigo, se fugó de la cárcel.
Suficiente, ¿no?
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Hasta un filósofo de biblioteca
que piense como usted lo admitiría.
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Srta. Shelley, hemos visto
bastante béisbol por hoy.
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- ¿No se irá?
- Tengo trabajo que hacer.
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¡Qué lástima!
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El béisbol es de lo mejor. Le quita
a uno las telarañas del cerebro.
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Este palco es mío.
Si le interesa ver un partido...
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- Gracias.
- Siéntese de una vez.
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Juega muy bien.
¿Dónde ha aprendido?
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De mi padre.
No era muy partidario de trabajar.
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Le gustaba el ajedrez
y la conversación.
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Es un hombre de muchas facetas.
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Vamos a tener un verano
muy agradable.