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¿Lo sabes? Bueno, mira, cariño,
puedo explicártelo todo.
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- ¿Qué quieres decir?
- Dime de qué estás hablando.
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Las orquídeas, las tarjetas.
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- Sé quién las envía.
- ¿Lo sabes?
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- No estás muy desilusionada.
- ¿Debería estarlo?
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- Me alegro de que te lo tomes así...
- Dime de qué estás hablando.
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- Dime tú de quién estás hablando.
- Oh, ¿Sr. Acuña?
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Cuando cambie de idea,
estoy en la habitación 920.
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Oh, papá, ése es del que
te estaba hablando. Es él.
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- ¿Qué?
- El que está enamorado de mi.
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- ¡De eso nada!
- Si, si.
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Esta tarde le ví traerme las orquídeas.
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Ahora me acuerdo.
Cantó en la boda.
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¡Te digo yo que él no es
el que te manda las flores!
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¡Ese tipo es un incordio!
¡Y además de incordio, bailarín!
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- Maravilloso. Me encantan...
- ¡ÉI no es para ti! ¡No tiene trabajo!
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Pues dale trabajo,
hazlo por mi.
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No me digas que podrías hacer algo
tan horrendo como involucrarte con él.
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Y pensar que fui tan fría
con él en la boda.
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¡Te prohíbo que te enamores
de ese hombre!
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Además, es demasiado tarde.
Se marcha.
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A Nueva York, espero.
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Bueno, tal vez yo pueda
hacerle cambiar de opinión.
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Deberías leer lo que me escribe.
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No. No, pensándolo bien,
tu corazón no lo soportaría.
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- Cualquiera escribe una carta de amor.
- Ya me gustaría ver cómo lo harías tú.
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En fin, él no se va
de Sudamérica...
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...si yo puedo evitarlo.
Y yo creo que si.
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- ¿En qué habitación se aloja?
- Estoy en blanco. Se me ha olvidado.
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A mi no.
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Con la 920, por favor.
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Invítale a venir a casa
esta noche.
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¿Qué te pasa, María?
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Las chicas
buenas no se comportan así.
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- Las chicas buenas no sienten esto.
- Qué descarada.
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¿Cómo puedo serlo...
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...si tengo un corazón de hielo?
- Yo no dije eso.
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Además, el fulgor de tus ojos no es
precisamente frío. Es depredador.
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Quizá tengas razón.