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- Con calma.
- Tranquila, chica, soy una bocazas.
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Es que a veces me vuelves loca. De todas
las mujeres sin nada de que quejarse...
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- ¿No es la verdad?
- Sí, lo es.
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Tienes talento, eres famosa, rica.
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La gente espera noche tras noche
sólo por verte. Incluso bajo la Iluvia.
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Fanáticos de los autógrafos. No son gente.
Son bestias, manadas de coyotes.
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- Son tus fans.
- No son los fans de nadie.
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Son delincuentes juveniles.
No son el público de nadie.
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Nunca ven la obra ni la película.
No pasan dentro el tiempo suficiente.
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Pues ahora mismo hay una dentro.
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- La he traído para que te conozca.
- ¿Qué?
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Está ahí fuera.
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Échala.
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No puedes echarla. Se lo he prometido.
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Margo, tienes que verla. Te adora.
Es como salido de un libro.
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Un libro agotado. Los tiempos han cambiado.
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Con que sólo la veas... Eres toda su vida.
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Tienes que haberla visto. Siempre está ahí.
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La poquita cosa de la trinchera
y el sombrero raro.
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¿Cómo no iba a verla?
Todas las noches, todas las matinées.
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Pasa, Eve.
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- Creía que se había olvidado de mí.
- Nada de eso.
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Margo, ésta es Eve Harrington.
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- Encantada, querida.
- Ay, madre.
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- Hola, Srta. Channing.
- Mi marido.
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- Hola, Srta. Harrington.
- Encantada.
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Y ésta es mi querida amiga
y compañera, Birdie Coonan.
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- Ay, madre.
- Srta. Coonan.
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- Ay, madre, ¿qué?
- Cuando se pone así,
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empieza a hacer de la madre de Hamlet.
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Seguro que tienes cosas
que hacer en el baño, Birdie, querida.
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Si no, ya encontraré algo
hasta que te normalices.
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¿Por qué no se sienta, Srta. Worthington?
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Harrington.
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- Lo siento. ¿Por qué no se sienta?
- Gracias.