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Imagine si una noche tuviese que salir
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ante un público que ha ido
a ver a Margo Channing.
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- No podría.
- Yo no me preocuparía mucho por eso.
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Margo nunca se pierde una función.
Mientras pueda andar o arrastrarse, actuará.
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- El espectáculo debe continuar.
- No, querida. Margo debe continuar.
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No veo ningún motivo
por el que no puedas ser su suplente.
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- ¿Cree que la Srta. Channing lo aprobaría?
- Creo que aplaudiría.
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- Pero, ¿y el Sr. Richards y el Sr. Sampson?
- Harán lo que se les diga.
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Entonces... ¿hablará con el señor Fabian?
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- Por supuesto.
- ¿No lo olvidará?
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No lo olvidaré.
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Parezco estar siempre
agradeciéndole algo, ¿verdad?
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Esta cama parece un depósito
de animales muertos.
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- ¿Cuál es la marta?
- Pero si acaba de Ilegar.
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Pues se va y se Ileva
a la mitad de los hombres.
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- No es más que un abrigo de pieles.
- ¿Qué esperas? ¿ Una marta viva?
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Cuello de diamantes, mangas de oro.
Ya sabes, la gente del cine.
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Los ancianos estadistas del teatro y del cine
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aseguran al público
que los actores son gente normal,
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ignorando el hecho de que
su mayor atracción para el público
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es su total falta de parecido
con los seres humanos normales.
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Eso es algo por lo que
una chica podría sacrificarse.
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- Y probablemente lo haya hecho.
- Marta.
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- ¿Marta? ¿Ha dicho marta, o lagarta?
- Qué cosas dice.
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Todos tenemos en común la anormalidad.
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La gente del teatro somos un mundo aparte
del resto de los mortales.
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Somos las primeras
personalidades desplazadas.
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Mañana no tendrás que leer
esta columna, Eve. Acabas de oírla.
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- No estoy de acuerdo, Addison.
- Ésa es tu anomalía particular.
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Admito que hay una cierta
excentricidad en el teatro.
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Se nota enseguida,
Ileva focos y un orfeón.