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Yo, si tuviera que predicar
empezaría así:
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"He venido para comunicaros
un gran secreto que os hará felices.
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Os enseñaré qué
debe buscar el hombre...
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...- para encontrar la paz".
- ¡La alegría!
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¡La alegría, exactamente!
Porque como la paz,
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forma el ardiente deseo
del corazón humano.
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Yo en cambio, hablaría
a los hombres de la gloria.
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¿Acaso no debemos encontrar
el espíritu del perfecto caballero?
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Pero Él se refería
al ardor de la caridad,
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con el que deberemos
predicar la palabra de Dios.
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El ardor, surge del corazón sumergido
en alegría del que hablaba Fray Rufino.
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Yo, en cambio, diría que en la vida
el cristiano debe amar la lucha.
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Es bello luchar, máxime cuando a la
lucha le sigue la posesión del bien.
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¿Quieres decir la lucha por la virtud?
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La alegría de la que hablaba
es la de la posesión que tiene el alma
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cuando ha logrado dominar
las pasiones que la turbaban.
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¿No lo recuerdas?
Todos estábamos en perfecta calma.
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En aquellas noches estrelladas, cuando
los sueños extasiaban la juventud.
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Después, su mutación rompió el
encanto, que podía hacernos daño.
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Ahora, bendecidos por el Papa,
daremos a conocer esta divina realidad.
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Nuestro gozo, es el efecto de la
lucha inspirada, por la divina bondad.
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¿Pero por qué Fray Bernardo,
no muestras en tus dulces palabras...
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de qué modo las criaturas deben
obrar para alcanzar la paz del alma?
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¿Quieres seguir a Cristo en
la pobreza y humildad como Él hizo?
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¡Viva la alegría! ¡Consuela la gloria!
- ¡Que todos luchen por alcanzarla!
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¡Que encuentren los
hombres el gozo de amar!