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Un esclavo levantó su mano izquierda,
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de ella brotaron llamas
y ardió cual veinte antorchas juntas.
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Un corro de cien mujeres
demudadas por el terror,
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juraban haber visto
hombres envueltos en llamas.
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Ayer el ave de las tinieblas
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se posó a mediodía en el mercado,
graznando y chillando.
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Cuando tales prodigios ocurren
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no podemos decir
que son fenómenos naturales.
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En mi opinión,
son presagios siniestros.
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¿Irá mañana César al Capitolio?
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Sí, pues encargó a Antonio
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que lo hiciese saber.
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Buenas noches, Casca.
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Este cielo no invita a pasear.
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Vete en paz, Cicerón.
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- ¿Quién va?
- Un romano.
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Por la voz, eres Casca.
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- ¿Qué noche es ésta?
- Es grata para los hombres de bien.
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- ¿Quién vio un cielo tan airado?
- Aquellos que conocen los delitos.
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Eres torpe, Casca,
careces de imaginación.
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O no la quieres utilizar.
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Te veo pálido, aterrado, pusilánime.
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Desconcertado
ante la furia de los cielos.
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Casca, podría nombrarte
a uno semejante a esta noche
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que truena, relampaguea
y ruge cual león.
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Y que en valor
no es más fuerte que nosotros.
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- ¿Te refieres a César?
- A quien sea.
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Mañana los senadores
nombrarán rey a César.
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Llevará su corona
por todas partes menos en Italia.
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Ya sé dónde guardaré esta daga.
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Casio librará a Casio
de la esclavitud.