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Por tu bien, interferí cuando
mi mujer quiso darte a Calígula.
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Por tu bien, traje a tu tribuno
de Palestina.
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Por tu bien, ahora te libero
de esa obligación.
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Pero, césar, no deseo ser libre.
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¿Te has vuelto loca tú también?
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Lo tenía todo.
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Podría haberme tenido
a mí también.
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Le quería, pero no estaba
segura de si lo amaba.
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Ahora estoy segura.
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Es mi deber prohibirte
que lo vuelvas a ver.
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Cuando eras niña, eras lista.
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Ahora razonas como una mujer,
como una tonta.
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No puedo evitar ser una mujer,
pero intentaré razonar como me enseñaste.
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Fuiste soldado, césar.
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Cuando ganabas, esperabas
que las legiones te aclamasen.
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Pero cuando perdías,
¿qué hubieras dado
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por ver las águilas alzadas en tu honor,
y oír tu nombre en boca de tus soldados?
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Calígula no me gusta más que a ti,
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pero serías una magnífica mujer
para un emperador.
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Muy bien, querida.
Tu tribuno tendrá otra oportunidad.
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Gracias.
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Cuando llegue,
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así es como empezará.
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Un mártir misterioso
de alguna provincia olvidada.
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Después la locura,
infectando las legiones,
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pudriendo el imperio,
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después, el fin de Roma.
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Pero si el tribuno rompe el hechizo...
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¿Hechizo, estúpido?
¿Qué hechizo?
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Esto es más peligroso que cualquier hechizo
que tu mente supersticiosa pueda imaginar.
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Es el deseo del hombre de ser libre.
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Es la mayor locura de todas.