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Estos espartanos no parecen humanos.
Pueden ver por la noche como los gatos.
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Ésa no es respuesta.
Estoy rodeado de idiotas incompetentes.
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Miedo, pánico, confusión.
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¿Cómo puede pasarle al ejército
que quiere conquistar el mundo?
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Cundió el pánico entre los reclutas salvajes.
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Al final del día,
habremos restablecido el orden.
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Pero hemos perdido un día.
Y los espartanos siguen en el desfiladero.
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Mañana al mediodía,
quiero verlos a todos muertos.
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O todos vosotros perderéis la vida.
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Retiraos.
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Están matando a las mujeres.
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- Vuelves a ser espartano.
- Leónidas me ha devuelto al ejército.
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- Seguro que has hecho algo magnífico.
- Lo que hubiera hecho cualquier espartano.
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- ¿Qué tal estás?
- Se me ha quitado la fiebre.
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La vieja Toris me hizo
un caldo de hierbas. Qué buena es.
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Ahora puedo mirarte a la cara.
Ya no me avergüenzo.
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Yo nunca me he avergonzado de ti.
Siempre he sabido que eras un buen soldado.
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- Pero...
- ¿Qué?
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He estado observando a Samos y a Toris.
Son una gente muy buena y muy sencilla.
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No les preocupa ni el honor ni la gloria.
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Pero Toris duerme
junto a su marido todas las noches.
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Viven para salir adelante.
No hacen daño a nadie.
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¿Acaso es un crimen querer vivir en paz?