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La autoestima, Milord,
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no es pecado tan vil
como el desdén de uno mismo.
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¿De nuestro hermano de Inglaterra?
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De él, que así saluda a Vuestra Majestad.
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Desea que vos,
en nombre de Dios Todopoderoso,
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os despojéis y dejéis a un lado
las prestadas glorias
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que por don del Cielo, por la Ley
de la Naturaleza y las Naciones,
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le pertenecen a él y a sus herederos;
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concretamente, la Corona.
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Desea que veáis esta genealogía
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y cuando lo descubráis descendiente directo
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del más afamado de sus famosos antecesores,
Eduardo III,
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os ordena que entreguéis
vuestra Corona y Reino,
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ilegalmente usurpados a él,
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verdadero aspirante por nacimiento.
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Si no, ¿qué sucedería?
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Una lucha sangrienta,
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porque aun cuando escondierais la corona
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incluso en vuestros corazones,
allí rastrillaría él en su busca.
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Por tanto, en furiosa tempestad viene,
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con el trueno y el terremoto,
como un Júpiter,
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pues si fracasase su demanda, os obligaría.
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Ésta es su reclamación,
su amenaza y mi mensaje;
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a menos que el Delfín esté aquí presente,
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al cual, expresamente,
traigo también saludos.
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Respecto al Delfín, yo le represento aquí.
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¿Qué hay para él de Inglaterra?
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Desprecio y desafío,
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ligera estima,