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le encantaba mordisquearle el cuello
en cuanto acababa la toma.
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Ahí estamos en los jardines
de la antigua residencia real
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del administrador francés
de Kompong Chnang,
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provincia al norte de Khnom Penh.
Nosotros la rehabilitamos,
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la repintamos y le devolvimos
el esplendor de aquella época.
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Al pasar al interior, establecimos
hicimos un ajuste de raccord
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con lo del estudio de Arpajon,
para una escena muy gratificante
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porque hizo falta todo un día
para prepararla.
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Hubo que esperar a que el cachorro
se durmiera de verdad
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tumbado junto al niño.
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Para dormir al cachorro
tuvimos que jugar con él,
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correr con él toda la mañana,
y darle doble ración de biberón.
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Luego tuvimos que esperar horas
sin movernos, sin hacer ruido,
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mientras Monique
le canturreaba nanas antillanas.
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Minutos después de dormirse
puse en marcha la cámara A,
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enganchada a una grúa silenciosa.
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Repetimos muchas veces
el movimiento.
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En cuanto tuve la toma que quería,
hice surgir la cámara B
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que estaba al otro lado de la cama
sobre una plataforma rodante
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oculta en posición baja
al otro lado.
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Acto seguido, aseguré
el contracampo en plano largo.
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Luego, coloqué la cámara A
en la segunda posición
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para la escena del beso,
que se rodó en directo.
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Pero nada más salir Philippine
del cuarto, el tigre abrió los ojos,
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sobresaltado por
el chirrido de la puerta.
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Patrick Pittavino,
mi adiestrador de perros,
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estaba agobiado
por el chucho negro que escogí.
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Decía que era una raza imposible
de amaestrar. Y tenía razón.
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Necesitamos tres perros para rodar:
Uno que sabía correr,
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otro que sabía ladrar y un tercero
que mostraba los colmillos.
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Vuelta al estudio con Vincent
Scarito que hace del Gran Zerbino