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el hombre veía al animal
como una presa de caza,
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un objeto del que disponer
a su antojo.
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El hombre consideraba al mundo
una fuente inagotable
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puesta a su libre disposición.
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Lo que hoy parece inimaginable
era entonces la norma.
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La vida de un tigre de circo
no tenía más valor
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que la de un pollo de granja
actualmente.
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De vuelta al interior del palacio
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del parque de Muang Boran,
cerca de Bangkok,
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con la deliciosa Stéphanie Lagarde.
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La joyería para animales es algo más
habitual de lo que se cree.
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Basta con ver mosaicos antiguos,
tapices de la Edad Media
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y grabados para fijarse
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que la mayoría de los animales
de compañía de entonces,
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ciervos, leopardos,
caballos o camellos,
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solían ir engalanados con joyas
extravagantes y de gran valor.
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Sin remontarnos
a tiempos tan lejanos,
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hay muchas firmas especializadas
en joyería para animales
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que exponen sus catálogos
en Internet, donde encontrarán
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el collar de amatistas
con que sueña su hámster,
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o los pendientes de oro
de 18 quilates
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que darán un aire distinguido
a su cócker.
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La ruta a la que alude Stéphanie
en esa escena
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fue una ruta muy polémica en su día.
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El primer automóvil
que llegó al templo de Angkor
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fue el que conducía el conde
de Montancit en 1921,
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que se quejaba de la falta
de carretera
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para llegar a esas maravillas.
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La Administración hizo
lo necesario en los años 30.
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Volvemos a nuestro decorado
de Bangkok con mi tigre preferido,
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el de la mirada glauca inolvidable.